28 jul 2007

El soñador

Los sueños –esas fantasías rectoras- son hijos del infortunio. Soñar es una forma de reconciliarse de forma positiva con nuestra condición carente. Sólo sueña el desposeído, el necesitado, el incompleto. Por eso los hombres, atrapados entre dios y el mundo, somos soñadores innatos.

17 jul 2007

La memoria

“Corredores sin fin de la memoria,
puertas abiertas a un salón vacío
donde se pudren todos los veranos…”


-Octavio Paz, “Piedra de sol”


La memoria es inútilmente paradójica: mantiene vivo aquello que de nuestro pasado no deseamos abandonar, pero lo irrealiza. Lo que la memoria nos entrega es apenas una calca de la realidad pasada. Artificio de montaje, la memoria hace que todo sea algo que no era.
Un recuerdo es una ventana desde donde podemos asomarnos a un pasado pervertido, ultrajado. Al abrir cortinas, nos es posible ver como no veíamos, sentir como no sentíamos, traer al presente cosas que jamás estuvieron ahí. Los recuerdos son burdas imitaciones de lo vivido; aquello en realidad ya lo perdimos y nunca volverá. La memoria es como una melodía solitaria: pierde el acompañamiento sensorial de una vivencia. Mientras un acontecimiento sabe a algo, duele, está cargado de sensaciones, un recuerdo es quizá emocionante pero insípido. Difícilmente recordamos cómo percibíamos la realidad en otro tiempo. La memoria es práctica y limitada, y pasa por alto el entorno sensorial y físico, uno de los elementos más definitivos de nuestra experiencia y que quizá precisamente el que determina si tal experiencia será almacenada en la memoria.
La memoria es la hermana de la frustración y madre de la melancolía, porque si bien no podrá traernos a la presencia sensorial lo que añoramos, tampoco nos dejará separarnos de ello. Sin embargo, nos aferramos a la memoria porque es lo que sostiene al yo individual, porque es el firme sobre el que se soporta nuestra existencia particular frente a la vorágine despiadada del tiempo. De cara al tiempo que nos grita a toda hora la nulidad de nuestra microcósmica existencia, la memoria nos planta como una realidad sustancial y acabada, finita pero unitaria.
Esta arbitraria administradora nos salva de naufragar en lo que, de no poseerla, pudiera parecer un mar de vívidas alucinaciones colectivas; nos libra de perecer en lo abierto y variado de todas nuestras experiencias, de aquellas sobre las que reflexionamos concientemente, tanto como de las que parecen pasar sin registro de la conciencia.
Memoria: blanda almohada donde se reclina la conciencia solitaria.

2 jul 2007

La reconciliación con lo divino

A causa de la conciencia de su finitud, el hombre no puede vivir plenamente sin ideas rectoras, siendo la más firme y constante de ellas la idea de dios. A pesar de originarse en la necesidad de salvación, es gracias a esta idea que el hombre se ha visto cada vez más lejos de alcanzarla.